WASHINGTON, DC, USA.-23 de junio de 1972, 10.04 de la mañana. Han pasado solo seis días desde el intento de robo en la sede de campaña del Partido Demócrata en el hotel Watergate, en Washington. El sistema de grabación secreto instalado en Despacho Oval de la Casa Blanca, activado por voz, comienza a grabar. En la habitación están el presidente, Richard Nixon, y Bob Haldeman, el jefe de personal. Haldeman dice: “Sobre la investigación, ya sabes, el robo a los demócratas…”.
Lo que sigue es la llamada pistola humeante, la grabación que acabó con la presidencia de Richard Nixon.
El martes por la noche, Estados Unidos vivió un nuevo sobresalto tras la noticia de que el exdirector del FBI, James Comey, dejó escrito un informe en el que asegura que el presidente, Donald Trump, le presionó para que cerrara la investigación sobre el asesor nacional de seguridad, Michael Flynn. Pero esta vez es diferente. Una palabra recorría los pasillos de Washington: smoking gun, pistola humeante. Esto ya no es una trumpada. Es una posible prueba de obstrucción a la justicia, un delito por el que se puede echar a un presidente. Las comparaciones con el caso Watergate son más pertinentes que nunca.
En aquella conversación, Nixon le dijo a Haldeman, su aliado más fiel, que hiciera gestiones con la CIA para que presionaran al director interino del FBI, L. Patrick Gray, para que enterrara la investigación sobre el caso Watergate. La transcripción es un documento histórico sobrecogedor. Haldeman dice que “el FBI no está bajo control porque Gray no sabe exactamente cómo controlarlos, y la investigación está entrando en un área productiva, porque han podido rastrear el dinero (…) y va en direcciones que no queremos que vaya”.
Haldeman dice que cree que al director del FBI le gustaría parar la investigación, pero que necesita una excusa, un empujón. Él sugiere utilizar a la CIA, que la agencia de espionaje haga saber al FBI de manera informal que la investigación puede afectar a temas de seguridad nacional, a gente implicada en el fiasco de la invasión de Bahía de Cochinos, sin más detalles. Nixon está de acuerdo. “Deben llamar al FBI y decir ‘por el bien del país, no vayáis más lejos en este caso’, ¡y punto!”.
Lo importante de la que se conoció como conversación de la pistola humeante es que era la demostración de que Nixon estaba al tanto de que los hombres del Watergate eran suyos desde el principio, y que desde el principio estuvo implicado de lleno en el intento de taparlo. Nixon llevaba negando su implicación más de dos años cuando la Casa Blanca hizo pública la cinta, obligada por el Tribunal Supremo, a petición del Congreso.
Existe una grabación parecida de Trump y Comey? Según las informaciones del martes, la conversación entre ambos se produjo en ese mismo escenario, el Despacho Oval. También estaban solos. Fue el 14 de febrero pasado, un día después de que Trump despidiera a Michael Flynn, asesor nacional de seguridad, supuestamente por mentir al vicepresidente sobre sus relaciones con el Gobierno ruso. Para entonces, Trump sabía desde hacía semanas que el FBI investigaba a Flynn.
La información procede, según “fuentes cercanas a Comey”, de un informe que Comey hizo para sí mismo de aquella reunión, inquieto por lo que acababa de suceder. El presidente le había pedido que cerrara la investigación sobre Flynn. El martes por la noche, el presidente de la Comisión de Control del Gobierno en la Cámara de Representantes, Jason Chaffetz (republicano), envió una carta al director interino del FBI pidiendo que entregue a la Cámara todos los “memorandos, notas, resúmenes y grabaciones” que puedan existir de conversaciones entre Comey y Trump. Debe hacerlo antes del 24 de mayo, el miércoles que viene.
Pero además, fue el propio Trump el que sugirió que conversaciones como esa pueden estar grabadas, como las de Nixon. El pasado viernes, Trump tuiteó: “Ya puede esperar James Comey que no haya cintas de nuestras conversaciones antes de empezar a filtrar a la prensa”. La inaudita amenaza en público llevaba implícita la existencia de esas grabaciones, que ahora sí son pertinentes. Fue este martes, y no antes, cuando el senador republicano John McCain dijo: “Esto está adquiriendo el tamaño y el nivel del Watergate”.
En las comparaciones entre la investigación de la campaña de Trump por sus conexiones con Rusia y el Watergate siempre hay que hacer la salvedad de que Nixon tenía un Congreso controlado por los demócratas. Nixon venía de una de las mayores victorias electorales de la historia, en 1972. El apoyo del Partido Republicano solo empezó a erosionarse a partir de octubre de 1973, después del despido a las bravas del fiscal especial que investigaba el caso, Archibald Cox, para lo cual se tuvo que llevar por delante a su ministro de Justicia y al número dos de este, que se negaron a ejecutar la orden. El despido humillante de Comey fue comparado con este momento.
No fue hasta muy al final del proceso, tras enfrentarse al Congreso y negarse a entregar las grabaciones de la Casa Blanca, cuando Nixon perdió de verdad el apoyo de su partido. El Tribunal Supremo ordenó a Nixon entregar las cintas el 24 de julio de 1974. Según cuenta John O. Farrell en la nueva biografía Richard Nixon: The life, una de las primeras llamadas que hizo el presidente tras el fallo fue a Fred Buzhardt, abogado de la Casa Blanca. “Puede haber problemas con la cinta del 23 de junio, Fred”, dijo.
La transcripción se publicó en la tarde del lunes 5 de agosto. A la mañana siguiente, The Washington Post arrancaba su crónica: “El presidente Nixon ordenó personalmente un encubrimiento general de los hechos del Watergate seis días después de la entrada ilegal en el comité nacional demócrata”. El miércoles, los líderes republicanos en el Capitolio fueron a ver a Nixon a la Casa Blanca y le explicaron que no tenía apoyos para defenderse de un impeachment por obstrucción a la justicia. Ese día, Nixon le dijo a su familia: “Nos volvemos a California”. El jueves, 8 de agosto, Nixon anunció al país su dimisión.
Fuente:elpais.com